RELATO Y MICRORELATO GANADORES EN EL CONCURSO LITERARIO

By Colegio Sagrado Corazón de Jesús 8 años agoNo Comments
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Volverán….

Cinco letras. Un solo trazo. Eso es todo lo que me hacía falta. Un poco más de tinta capaz de borrarlo todo. Sólo tres segundos para ser escritas, pero toda una vida para decidir escribirlas. No es fácil hacer frente a los puntos y aparte pero todavía lo es menos, borrar los acentos y colores que pone el tiempo para dar alma y sentido a cada una de mis frases. Es como si cada palabra se rebelase a ser plasmada, a doblegarse ante mi voluntad indecisa y débil, dejando un hueco detrás de cada coma . Convencerte de que debes alejarte, cuando lo que querrías, es que fuese diferente para poder quedarte. Los recuerdos son tan vivos en mi mente de algo perfecto, incorruptible… Eterno. No volverá. El tiempo no sólo pone los acentos, sinno también el papel y los puntos finales. Es el tiempo quien numera las páginas y decide, cruelmente, que es mejor dejar una página a medias que arrancarla. A veces, la tinta no se seca y deja palabras incomprensibles debajo de una gran mancha negro-azuljada. Cuando dices, no seré de esos que se marchyaron … y te das cuenta que a veces es mejor ser rey de tu silencio que ser esclavo de tus palabras. Cuando no es la tinta la que se desliza por el papel sino tus lágrimas… Entonces lo ves. Eres como una palabra. Sabes lo que eres, pero no en lo que puedes convertirte. Eres de los que permanecieron, pero te conviertes en los que se marcharon dejándolo todo y a todos atrás. Nunca sabré decir adiós. La pluma resbala de entre mis manos. No importa. La dejo caer. Me levanto. Ahí quedará la A y la d con trazo inseguro, tembloroso e impreciso . Yo me llevo el resto de la palabra por si decide volver.

autora: Elena Trigo

 

 

Terror
25 de septiembre

El rumor de las olas impactando suavemente contra su tímpano, el cántico matutino de las mermadas gaviotas y un chocante olor a sal; Anja suponía que era ese cúmulo de cosas lo que la había instado a abrir los ojos, pero nada más lejos de la realidad: una firme correa de nylon oprimía su pecho, su cerebro hacía varios segundos que había dejado de recibir oxígeno.

Un espasmo repentino en la caja torácica y una gran masa de aire atravesó sus pulmones, surtiendo de nuevo a todos sus órganos de vida. Instintivamente comenzó a berrear con todas sus fuerzas para que se pudiera percibir su presencia en la buhardilla en la que estaba, o en cualquier otro lugar de la casa, hasta que tuvo que detenerse para tomar aire y comenzó a jadear.
La mordaza estaba desgastada y con varios momentos de esfuerzo consiguió zafarse de parte de ella para empezar a gritar. Al cabo de unos momentos la puerta chirrió y se abrió, dando paso a una gran silueta negra, alta y esbelta, de unos dos metros de altura. A pesar de tener la vista en perfectas condiciones, la muchacha no pudo distinguir ni un detalle de la figura del, sin duda, hombre.
De nuevo la confusión y vagos estímulos: el hombre acercándose a ella y susurrando unas palabras ininteligibles con un tono sombrío. Ella intentó con todas sus fuerzas apartar al desconocido de su lado, con codazos y patadas, y la silueta, que cada vez parecía más real, intentó con más ímpetu lograr el acercamiento. Las fuerzas le fallaron, y el temor reinó por unos momentos en el cuerpo de Anja, pero solo por unos segundos, hasta que una leve pero placentera sensación la invadió: el tacto de una mullida almohada de plumas de ganso en su rostro, cada vez más intenso, hasta quedar sin conocimiento.

27 de septiembre
Esta vez Anja despertó debido a un fortísimo dolor abdominal que casi la impedía respirar. Dedujo que era medianoche, tal vez más tarde, por la posición de la luna, aunque sin duda su noción del tiempo estaba gravemente alterada. ¿En qué año se encontraba? No pudo recordar absolutamente nada de su pasado cercano ni lo ocurrido recientemente. Se levantó tranquilamente de su catre e intentó accionar el pomo de la buhardilla, sin éxito. Repentinamente se sintió mareada y decidió sentarse a descansar en una destrozada silla de madera que se hallaba junto a la precaria cama.
Pasaban los segundos, las horas, los días, tal vez los años y los siglos.
La percepción de la realidad de la chica de dieciséis años era parca y discontinua, pero algo que pudo advertir fue una mordaza fuertemente apretada en su boca. A continuación levantó los párpados y divisó borroso al hombre negro. Un escalofrío recorrió su columna hasta llegar a la cabeza. Sus ojos se abrieron como platos y balbució algo, atemorizada.
—No lo intentes, pequeña —la voz del señor sin rostro resultaba sorprendentemente tranquila y embaucadora—. Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.
Sin duda, Shakespeare.
La oscura silueta seguía estando borrosa, pero Anja pudo ver con claridad una sonrisa maliciosa en su rostro. Este se acercó a ella lenta y sosegadamente, con lo que parecía un sacacorchos en la mano. La chica tenía claro lo que iba a ocurrir: si nada lo impedía el hombre clavaría el filo en su cuello, y probablemente le seccionaría alguna arteria que le causaría una muerte lenta y dolorosa.
El hombre se aproximó más aún, y cuando estaba claro que iba a asestar el golpe mortal, Anja hizo acopio de todas sus fuerzas para lanzar la silla hacia atrás, destrozándose por completo. Las cuerdas que retenían sus extremidades cedieron y pudo agarrar una astilla de madera considerablemente grande, propinando un golpe certero en la cara del señor misterioso.
Anja corrió lo más rápido que pudo: llovía y la casa en la que había estado se encontraba en un remoto acantilado, al lado del mar. Atravesó varias decenas de pinos, hasta que de pronto se encontró en una zona totalmente urbana. Se sentía muy confusa, no sabía con certeza que había ocurrido ni tampoco dónde se encontraba, así que decidió preguntar a una señora mayor que se presentó a su lado. El centro de Estocolmo.
Esa era una zona conocida y cuando de verdad se ubicó, se dirigió con celeridad a una comisaría, todavía conmocionada. Su casa quedaba bastante lejos de allí.
— ¿Hola? ¿Estás bien? —la oficinista sin duda advirtió sus ojos llorosos y su aspecto demacrado, además de la ropa empapada—. Dios mío, acompáñame.
Los acontecimientos que sucedieron a estas palabras también estaban borrosos, pero de repente Anja se encontró en un sofá y un con vaso de papel con café en la mano, junto a un par de hombres uniformados de unos treinta o cuarenta años.
¿Ya te encuentras mejor? ¿Seguro? —el que hablaba era el más mayor, con aspecto afable—. Estabas en estado de shock, no sabemos lo que te ha pasado.
¿Estás en condiciones de decirnos quién eres y qué ha ocurrido? Asiente si es que sí.
Asintió con dificultad y estos la acompañaron a una sala con paredes de metal y una mesa rectangular en el centro, con dos sillas de cuero enfrentadas, una roja y otra negra.
—Por favor, siéntate —el otro de los señores con uniforme de agente la instó a que tomara la silla roja—. ¿Me puedes decir cómo te llamas?
—Yo… La bu-buhardilla, la mordaza…
¿Cómo? ¿Una buhardilla?
—Un hombre… estaba encerrada, asesino… —las palabras apenas salían de su boca.
El policía rubio, el único que ahora estaba en la sala, empezó a tomar apuntes y le hizo un par de preguntas más. Su actitud le resultó extraña, no sabría explicar por qué. En un momento dado la miró a los ojos, tenía un par de puntos en una ceja, probablemente de una caída u otro golpe. Estaba absorta pensando en ello, cuando advirtió una sonrisa en su rostro que se le antojó misteriosa. Un escalofrío recorrió la espalda de Anja.
—Anja… Sabemos lo que somos, pero no en lo que podemos convertirnos.
Una oleada de recuerdos que parecían irreales vino a su mente, y un profundo acongojo se apoderó de ella. Toda la tranquilidad que había conseguido la manta y el café se esfumó. Su mente ató cabos.
La brecha en la ceja, Shakespeare. El hombre de la silueta era real.

autor: Clemente Esquinas

 

 

 

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